¿Cuáles
son nuestras principales responsabilidades en la crianza de nuestros hijos?
Para algunos padres, su objetivo final, como educadores, es la autonomía de sus
hijos. Otros hablan de querer la auto-realización de sus hijos. Para otros padres, el objetivo es asegurar la
felicidad de su hijo. Muchos padres cristianos prefieren decir que
ellos quieren la salvación de sus
hijos ¿Cómo vamos a llegar a estos resultados? La pregunta presupone que el
resultado final no vendrá por casualidad. Necesitamos un plan de acción.
¿Cuáles son los elementos esenciales de dicho plan?1
Vamos a
examinar desde una perspectiva cristiana los principios que están detrás de
estos deberes fundamentales.
Transmitiendo la
revelación de Dios a los hijos
El
primer deber de los padres creyentes según la Biblia es la de transmitir la Palabra de Dios a sus
hijos: “Y estas palabras que yo te mando…
las repetirás a tus hijos” (Deuteronomio 6:6,7). Estas enseñanzas de los
escritos de Moisés significan que se espera que los padres doten a sus hijos de
la mejor referencia espiritual y moral, para transmitir el amor por la revelación
divina. Conocer la Biblia,
capacitará a nuestros hijos a encontrar sus puntos de referencia en la vida.
Es
importante que la última referencia espiritual y moral para los hijos no sean
los propios padres. La originalidad de la crianza bíblica descansa en el hecho
de que se refiere a una autoridad que está más allá de la de los padres. Esta
idea es revolucionaria en comparación con otros modelos educativos. Todos los
educadores humanos, incluso los profetas, no son omniscientes. Ellos son
falibles. Ellos cometen errores. Por
ello, los padres deben hacer referencia a Dios y a la ley que está por encima
de todos los seres humanos, incluyendo los padres.
Tener el
mismo libro, la Biblia,
para la educación de los padres y los hijos tiene consecuencias importantes
para los padres. Es bien sabido que los hijos aprenden por imitación. Ellos
hacen lo que ven hacer a otros. Ellos necesitan ejemplos coherentes. Un hijo
que desea obtener permiso para hacer algo, se siente tentado a ir de un padre
al otro, para conseguir lo que él quiere. Si los padres no están de acuerdo
entre ellos, sus disensiones producirán confusión en la mente del niño. Un
mensaje claro y coherente de ambos padres es necesario para construir un
carácter fuerte en el niño. Si ellos no pueden alcanzar la armonía perfecta, es
importante que los padres estén unidos en los puntos fundamentales. Para llegar
a un acuerdo, la negociación a veces será necesaria entre los padres. La Omnipotencia por
parte de uno u otro padre, abdicará cuando ambos se refieran al conjunto común
de valores éticos en las Escrituras. Solamente en esta dirección, la
estabilidad tanto de los niños y los padres se encuentran.
Encabezar
una dirección como padres, aunque tengan un enfoque común y sean coherentes, no
es suficiente por sí misma; esa dirección debe ser una ética. La Biblia enseña la importancia
del buen comportamiento, de hacer obras constructivas que se ajusten a la
fórmula: “Amarás a tu prójimo como a ti
mismo” (Levítico 19:18). La enseñanza de la ética empieza con la renuncia al
egoísmo. Debo amarme a mí mismo, pero al mismo tiempo, debo amar y respetar a
los demás. En esta enseñanza ética fundamental de la Biblia, repetida por Jesús
en Mateo 22:39, las prohibiciones - las cosas que deben abstenerse de hacer,
son tan importantes como los deberes – las cosas que estamos obligados a hacer.
La libertad y la espontaneidad tienen su lugar, pero dentro de un marco que
garantice el respeto por los demás. La Biblia reconoce la realidad del deseo personal;
no lo prohíbe, pero lo sitúa en el marco de las leyes que lo regulan, en este
caso “el amor al prójimo”. El rabino
filósofo Abraham Heschel una vez dijo: “El objetivo de la ley de Dios debe ser
la gramática de la vida”. Para continuar con esta metáfora, podemos decir que
las reglas de escritura deben ser dadas por los padres, pero el niño tendrá que
escribir su propio libro – su propia vida.
El hecho
de que la Biblia
ofrece la misma enseñanza para los hijos y para los padres, presenta un desafío
permanente para los padres como educadores.
Ellos deben ser sometidos a las mismas leyes como sus hijos y deben
continuar su aprendizaje durante toda su vida. A pesar de la distancia
necesaria entre el niño y los padres, sin embargo, existe una asociación entre
ellos a causa de esta misma fundación. Los niños aprenden de sus padres, pero
los padres también aprenden con e incluso de sus hijos, como construir sus
vidas sobre esta base común.3
Enseñando a los
hijos a trabajar
La segunda obligación de los padres para con sus hijos es ayudarles
a aprender un oficio, es decir ganarse la vida y cumplir su vocación en la
vida.
En la Biblia, el primer acto de
instrucción de Dios hacia los seres humanos a quienes acababa de crear, fue
asignarles responsabilidad y enseñarles a trabajar y cuidar de su espacio
vital, el Jardín del Edén. “Dios el Señor
tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo
cuidara” (Génesis 2:15). Este texto establece la importancia del trabajo
como una parte de la vida adulta mucho antes de la caída. La primera pareja
humana, incluso en el Jardín del Edén, tenía que trabajar. Después de la caída,
el trabajo adquirió una connotación negativa. Adán y Eva fueron expulsados del
Jardín, sin posibilidad de retorno. Ellos ahora se vieron obligados a trabajar
para sobrevivir, no sólo para cumplir con su creatividad.
Por un
lado, el trabajo implica la auto-realización, vocación y creatividad. Por otro
lado, implica independencia, libertad y autonomía. Se ofrece la oportunidad de
tratar con el mundo en que vivimos, utilizando nuestros propios talentos y
habilidades, sin depender de nuestros padres. El trabajo también significa
jugar un papel útil en la sociedad, un vínculo social que es muy importante
para la integración de una persona joven que está creciendo dentro de la comunidad.
La crianza de los hijos incluye la tarea de ayudar a nuestros hijos a encontrar
su lugar como miembros activos del grupo - encontrar su “posición” en ambos sentidos de
la palabra: en el espacio y en la sociedad.
Enseñar
a los niños a trabajar es prepararlos para la independencia que una profesión
conlleva. También significa ayudarles a aprender una relación adecuada con el
trabajo, tal como la importancia de la moderación y el establecimiento de límites
a los deseos personales que pueden constantemente carecer de satisfacción (1
Timoteo 6:8). Enseñar un oficio también significa enseñar las limitaciones que
se pueden colocar en el trabajo. La
Biblia presenta el sábado – la santificación del tiempo. La
cesación periódica y regular de la rotación de la vida. El sábado es una
necesidad; el trabajo de otra manera, podría esclavizarnos. Oscar Wilde dijo:
“En este mundo hay sólo dos tragedias: una es no obtener lo que deseamos, y la
otra es obtenerlo”. Educar acerca del trabajo, también significa mostrar a
nuestros hijos que la insaciable sed por dinero, poder, gloria, etc. – la
insatisfacción permanente con lo que uno ha adquirido, es una maldición. Lo más
importante es lo que somos, no lo que tenemos.
La
santificación del sábado es muy importante porque otorga tiempo para adorar al
Creador, en vez de adorar a nuestras
propias obras. También, levanta nuestros ojos desde nuestras tareas al cielo,
para contemplar el espacio infinito de la creación divina. Los niños tienen el
sentido innato de maravillarse – la melodía de los pájaros, el sol naciente,
una pequeña flor silvestre, la sensación del viento en la cara, todo es para
ellos un motivo de asombro. Cuando nos convertimos en adultos, de alguna manera
se pierde esta capacidad de admirar la creación; todo llega a ser común. El
descanso semanal del Shabat establece una limitación para trabajar y
permitirnos mantener la sensación de asombro de los niños.
Un
conocido pediatra escribió sobre los niños: “Tan pronto como su mirada se
vuelve capaz de ir más allá de su entorno inmediato, enséñeles el mar, las
montañas y su inmensidad, muéstreles la noche y el cielo estrellado, otórgueles
una visión del infinito”.4
La
oración, como un reconocimiento o agradecimiento por las bendiciones divinas,
nos permiten también no considerar nada de hecho. Estas palabras de agradecimiento
antes de la acción – una comida, un viaje, dormir, son los tantos momentos de
concienciación que coloca una distancia entre el deseo y su cumplimiento. Estos
momentos de inspiración son particularmente importantes en un mundo donde todo
va demasiado rápido, en el que las agendas – tanto de los niños y los padres,
están superpobladas y en el que, a menudo, no queda tiempo para la reflexión personal.
Preparando a los
hijos para que sean autónomos
El tercer deber de los padres, es ayudar a sus hijos a encontrar una esposa. Esto implica
enseñarles que “no es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18) y que algún
día, ellos deben “dejar su padre y su madre” (Génesis 2:24). La idea es preparar
a los hijos para que sean independientes de sus padres.
Una
educación lograda es la que permite a los hijos vivir sin sus padres. El deber
de los padres es asegurarse de que sus hijos puedan salir de ellos una vez que
han llegado a ser adultos. Muy a menudo, padres bien intencionados tornan a sus
hijos en “hijos de cuidado permanente”. Los consultorios de psiquiatras están
llenos con “adolescentes” de 40 y 50 años, incapaces de romper el vínculo de
sus padres (manifestada por una dependencia afectiva enfermiza o por peleas
interminables y culpas). Aprender a separarse de los padres es necesario, pues
así los hijos llegan a ser responsables, adultos libres y autónomos algún día.
Si este
inicio ha sido bien hecho, los hijos buscarán un remedio para su soledad existencial
fuera de su familia, si ellos se casan o permanecen solteros. Ellos serán
capaces de distinguir entre el amor filial y una relación amorosa, y entenderán
el respeto de sus padres fuera de una relación de dependencia. En esta tensión
entre la dependencia y la autosuficiencia, los hijos también aprenden que su
libertad está limitada por las necesidades de otros y que, por el bien de su
propia felicidad, deben aprender a interactuar con otros a través de la
negociación y el respeto.
En el
quinto mandamiento “Honra a tu padre y a tu madre” (Éxodo 20:12), la palabra
hebrea Kabed (“honor”) significa dar
peso. Esto no necesariamente significa estar de acuerdo u obedecer, sino
respetar. Si un padre da malas órdenes, el hijo no está obligado a aceptarlas,
ni a seguirlas. Él está obligado a tenerlas en cuenta, para evaluarlas y para
respetar a sus padres como corresponde.
Preparando a los
hijos para enfrentar las dificultades de la vida
Dios nos ha dado la vida como un valor muy
precioso: “…os he puesto delante la vida
y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge pues la vida, porque vivas tú
y tu simiente”. (Deuteronomio 30:19).
Hoy en
día, entendemos lo importante que es proteger a los hijos y prepararlos para
que se protejan. Ellos deben saber cómo librarse del peligro y en lo posible,
resolver sus problemas por ellos mismos, enfrentar circunstancias adversas y
difíciles. Los hijos deben aprender la elasticidad y cómo sobrevivir en un
mundo cada vez más difícil y peligroso. Mientras que saber nadar, literalmente
es importante, los hijos deben aprender a nadar contra la corriente de la vida.
Los hijos deben apreciar la vida – la de ellos y la de los demás. Deben ser
capaces de nadar no solamente para salvar sus propias vidas, sino también ser
capaces de salvar las vidas de los otros en caso de necesidad.
Algunas
conclusiones
La
crianza de los hijos es una responsabilidad muy seria (Ver 1 Timoteo 5:8). Sin
embargo, no podemos dar lo que no tenemos.
Para tener éxito en hacer a nuestros hijos eternamente felices, debemos
primero de todo conocer esta clase de felicidad personalmente. Los hijos, por
supuesto, no necesariamente pueden tomar los valores de sus padres. Los padres
pueden enseñar a sus hijos las reglas y la forma de vida que conduce a la
verdadera felicidad, pero no pueden garantizar que los hijos cumplirán todo. No
hay seguridad para la felicidad. La crianza de los hijos es una tarea de
construcción5 que se puede hacer sobre una base sólida o frágil
(Mateo 7:24-27).
¿Qué podemos
extraer de la sabiduría antigua como elementos vitales para la educación de
nuestros hijos? Los cuatro grandes
deberes de la tradición judía antigua que debían enseñarse a los hijos:
• Amar la Palabra de Dios.
• Ser útil.
• Ser capaz de sobrevivir sin sus padres.
• Enfrentar la realidad de la vida.
Una educación de éxito no es el resultado de la
casualidad, sino que es un proyecto racional con objetivos claros y
direcciones. Los niños deben:
• Aprender de la Palabra de Dios a cómo
vivir (ahora y en la eternidad).
• Prepararse y
habilitarse para ganarse la vida.
• Aprender sobre las emociones y
sentimientos, construir tales caracteres para ser capaces de hacer buenas
decisiones personales y sociales en la vida, y ayudar a otros a hacer lo mismo.
• Desarrollar elasticidad física y
mental a fin de sobrevivir y salvar otras vidas.
Para
educar a nuestros hijos en estos valores fuertes, nosotros padres, debemos primero
de todo haber asumido estos valores por nosotros mismos. El texto de Deuteronomio
6:4-9, así como también de Mateo 28:19-20 nos piden escuchar a Dios primero y
luego interiorizar sus enseñanzas antes de transmitirlas a nuestros hijos.
Mientras que cada generación de padres debe enfrentar enormes privilegios y
responsabilidades durante la crianza, con la ayuda de Dios y sus instrucciones,
podemos disfrutar plenamente la tarea de disciplinar a nuestros hijos.
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